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Según me contó ella misma, mi amiga
Milda se llamaba así porque su padre era un anarquista que deseaba imponer en el mundo el esperanto, ese idioma universal que nunca llegó a
serlo. También me dijo que su nombre se podía traducir como reposado, plácido, suave. Ella no lo era en absoluto. Alta, de huesos grandes, cabeza imponente, una voz fuerte,
decididamente colocada en un tono alto y claro, y una risa franca que solía soltar sin freno alguno en los momentos más inesperados, no puede decirse que produjera un efecto relajante. Tampoco me atrevo a describirla como una mujer hermosa a pesar de que podía resultar muy seductora, y su presencia, envuelta siempre en colores netos, definidos, jamás pasaba desapercibida. Creo que esto se debía en gran parte a su más que notable aunque casi controlada torpeza, producto de una miopía que la obligaba a usar gafas de cristal grueso -culo de botella, solíamos decir en Argentina-, que ella, por coquetería, prefería oscuros. A
Milda le gustaban casi por igual la filosofía y la política, y a pesar de sus tan categóricas como inflexibles opiniones sobre cualquier tema, no solía enfadarse con facilidad. Acostumbrábamos encontrarnos para ir al cine, hablar de bueyes perdidos en algún café cualquiera de aspecto vienés o hacer cursos intensivos de francés en las luminosas aulas de l'
Alliance Française de la calle Córdoba porteña.
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Un día llegó a nuestra cita visiblemente preocupada. Había soñado que
Eva Perón, muerta hacía años, la encontraba fregando de rodillas las escaleras de la Casa Rosada y, después de acariciarle suavemente la cabeza, la ayudaba a ponerse en pie y la invitaba a sus habitaciones privadas. Allí
"la Señora" Eva Duarte, Santa Evita, la popular "madre de los descamisados", abría sus innumerables y bien nutridos armarios y dejaba que mi amiga cogiera toda la ropa que pudiera
interesarle. El sueño terminaba allí, felizmente, sin embargo para
Milda resultaba intranquilizador. "Me tiene sometida", decía. "Y ni siquiera soy
peronista".
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Hoy la recuerdo porque la noche pasada soñé con
Rock Hudson. Visto de cerca parecía bastante menos alto y corpulento que en las películas, pero ya se sabe que en los sueños esas precisiones no suelen ser muy determinantes. Lo cierto es que el galán preferido de
Doris Day venía a mi casa y se paseaba por ella como si siempre hubiera vivido allí. Hablaba mucho, de manera ininteligible, y me trataba con excesiva confianza, como si fuera mi dueño, mi pareja, mi tutor o encargado. En ningún momento me dijo nada particular ni me hizo regalos de ningún tipo. Esto último tiene sentido: supongo que su ropa me hubiera quedado demasiado grande. Tampoco pasó nada especial. Todo el asunto terminaba allí, en la visita misma. ¿Por qué entonces me sentí algo estúpido al recordar el sueño? Quizás por verme como mi amiga
Milda: dominado por un figurón de
Hollywood del que ni siquiera era
fan. Esta mañana, mientras hacía algunos odiosos trámites de Hacienda, pensé otra vez en el asunto y saqué algunas conclusiones. Hace pocos días volví a engancharme con
Far From Heaven (Lejos del cielo), el exquisito melodrama de
Todd Haynes con
Julianne Mooore,
Dennis Quaid y un
casting de secundarios tan cuidado como la ambientación, el vestuario, la música (
Elmer Bernstein) y cada uno de los planos, en una recreación
revisionista, nada melancólica, de los dramones clásicos de
Douglas Sirk. La historia transcurre en 1957 en una ciudad de
Connecticut, cuando la palabra
gay todavía no se había convertido en un suave sinónimo de otras mucho más insultantes y a la gente de color se la llamaba negra torciendo la boca en un gesto despectivo.
Hudson es un actor emblemático de esa época -
Gigante y
Escrito en el viento son de 1956,
Adiós a las armas de 1957- con una imagen pública impecable y una vida privada mucho más tumultuosa y melodramática que las de los personajes que interpretaba en la pantalla.
Algunas veces la Asociación Libre se cansa de tanto papeleo innecesario y sintetiza sus archivos sin dar ningún
preaviso al usuario.
¿Qué más puedo decirles? Dejo que los demás cabos los aten ustedes, si es que tienen ganas de hacerlo.
POSDATA FELIZ: gracias a Alma me entero que el Círculo de Lectores ha reeditado uno de mis libros en una nueva colección para sus socios. Podéis verlo en: http://www.circulo.es/Colecciones/2008/052008/00106.aspx?tipo=INICIO&volver=/Colecciones/Default.aspx