Tal vez porque ya había otro Dante en la casa y se trataba del padre de familia -un auténtico carácter, un italiano de verdad- mi parentela en su totalidad prefería llamarme Quique. En la escuela fui siempre Bertini, un alumno distraído que ponía cara de no estarlo nunca y por eso se salvaba de pasar al frente cada día. Durante mis años de estudiante tuve algunos profesores realmente especiales: la de Castellano, María Esther Cometta, el de Historia, un atildado y algo rijoso señor Pujol y...¿cómo se llamaba la espectacular rubia con apellido polaco que nos daba clases de artes plásticas durante el primer curso de bachillerato? Sin embargo no voy a contar nada sobre ellos porque después algún llanero solitario con pocos escrúpulos relata esas anécdotas como si fueran suyas. Fue en mi barrio, y recién cuando logré tener amigos que fumaban, donde comenzaron a llamarme Quique Bertini. En el día a día yo era Quique a secas, por supuesto, salvo cuando nos peleábamos por alguna tontería y pasaba a convertirme en un vulgar hijo de puta o en un maricón de mierda más. Mi apellido acompañaba al sobrenombre solamente cuando se me nombraba estando ausente o en caso de presentaciones más o menos formales. Para que quede claro, aquí van dos ejemplos:
-Rodolfo, vení. Te quiero presentar a Quique Bertini.
O:
-¿Sabés lo que le pasó anoche a Quique Bertini?
Yo nunca me quejaba de haber perdido mi nombre con itálica alcurnia literaria a cambio de un sonsonete mántrico de nivel bastante bajo, pero apenas llegar a Madrid me di cuenta de que la gente no se llamaba Mecha, Cholo, Pichi o Chuchi. Tampoco Quique, por supuesto, y mucho menos Gorda, Amor, Queridito, Escuerzo o Flaca. Se hacia necesario volver al nombre que constaba en el pasaporte, el mismo que, a juzgar por los comentarios de algunas empleadas públicas, dependientas de tiendas de ropa y cajeras de supermercados, "molaba maso cantiduvi". Durante muchos años de peregrinaje europeo mi nombre resultaba muy original, de uso poco frecuente. "En Italia no", dirá más de uno. Pues están equivocados. No hay muchos Dantes en Italia, tal vez por la misma razón que no abundan los Napoleones en Francia o los Quijotes en España. Las cosas empezaron a cambiar cuando
"el flaco" Spinetta, un famoso músico pop argentino, bautizó como Dante a uno de sus hijos. Años después llegó
Martín Hache, la película argentina donde el español Eusebio Ponsela interpreta a un actor de teatro que se llama Dante, y casi al mismo tiempo, a fines del siglo pasado, Pierce Brosnan tuvo un sinfín de problemas en
Un pueblo llamado Dante's Peak. Además de que siguen naciendo Dantitos aquí y en Argentina, hace nada aparecieron un cómic, un club y una cala con el nombre del tano Alighieri. Esta última, a juzgar por las fotos y el epígrafe conque se publicita,
poseídos y desnudos, podría estar en algún lugar de la actual, supersiliconada, isla de Ibiza. Para rizar un poco más el rizo -aunque no sé que tendrá que ver el peluquero Llongueras con la historia de mi nombre- el mismo día que decidía escribir este post en dos actos -ya sé, ya sé, ¡es sólo una casualidad!- pasaron por televisión
una bienintencionada película para las sobremesas donde el testosterónico
Don (Miami Vice) Johnson, interpretaba con su habitual lascivia a un algo parco adiestrador de caballos llamado Dante Longpre.
En fin, que estoy pensando seriamente volver a ser el Quique Bertini que fui alguna vez.
Posdata: Lucía, que había hecho un comentario sobre el parecido de mi foto adolescente con la más célebre escultura de Rodin, me envía este artículo de El País que yo no había leído. En él, publicado el día 21 de este mes con ocasión de la muestra de esculturas del artista francés en el Paseo del Prado, se dice:Originalmente, iba a ser una pequeña pieza de 71 centímetros. Una figura de Dante que meditaba sobre el desarrollo de su Divina comedia. En 1880, el escultor Auguste Rodin recibió el encargo de realizar una puerta para el Museo de Artes Decorativas de París y decidió inspirarse en el poema. El proyecto, La puerta del infierno, nunca llegó a materializarse en vida del artista. Pero esa pequeña escultura, llamada en un principio El poeta, adquirió vida propia hasta convertirse en El pensador, la obra más conocida de Rodin. El propio escultor explicaba en 1904 cómo evolucionó el proyecto que culminó en esta obra: "En días ya lejanos ideaba La puerta del infierno. Frente a la puerta, sentado en una roca, Dante, absorto en una meditación profunda, concebía el plan de su poema. Detrás de él están Ugolino, Francesca, Paolo, todos los personajes de La Divina Comedia". Cuando el proyecto se malogró -la puerta no se fundió hasta 1926-, el artista pensó que ese Dante, separado del conjunto, no tenía sentido: "Siguiendo mi primera inspiración, ideé otro pensador, un hombre desnudo, sentado sobre una roca y retorciendo los pies. Con el puño contra los dientes, está pensando. El pensamiento fecundo se elabora lentamente en su cerebro. No es en absoluto un soñador, es un creador. Hice mi propia estatua". Hélène Marraud, comisaria de la exposición, resume la imponencia de un cuerpo en tensión que "parece haberse convertido en cerebro".Sólo queda agregar ¡Cáspita! y agradecer a Lucía por ser como es.