te invitan a hablar de un libro que ya creías muerto (con catorce años de nada: un adolescente apenas)...
te invitan a hablar de erotismo, el tuyo finalmente, a una biblioteca popular...
te invitan sin explicarte demasiado, y tú piensas: igual me tiran piedras (mi costado melodramático, operístico, mi cincuenta por ciento italiano)...
aceptas porque pretendes vivir de lo que haces, te gusta el contacto con la gente, y es tu forma, doméstica y urbana, de ser aventurero...
decides que no vas a prepararte; para qué, si sólo se trata, supones, de contestar preguntas...
llegas a las seis y media porque el evento está anunciado a las siete y quieres conocer el terreno en el que habrás de moverte...
te encuentras con un lugar vacío, un tipo con la cabeza rasurada que te ladra como si fuerais perros: uno de gran tamaño, él, y tú, uno faldero...
cuando finalmente deja de ladrar consigues sacarle la información que necesitas: "la biblioteca está en el tercer piso, subiendo a mano izquierda".
sin decirle gracias (no las merece) subes hasta allí con un ascensor sonoro: canta su canción quejosa con voz de coplera antigua...
allí está finalmente tu terreno: centenares de libros en las que supones muy bien ordenadas estanterías, y además, al alcance de tus ojos, dándote una sonriente bienvenida, la cubierta que alguna vez contuvo
Serenata Argentina, ese estrafalario film que en 1940 lanzó al estrellato a Carmen Miranda, la brasileña de los tocados frutales en plan
castellet de dotze...dos horas de hablar-dialogar sobre mi libro, y desde allí sobre la vida misma...
un grupo de personas que usaban el bilingüismo sin prejuicios ni exclusiones ante un autor fascinado porque aquellos, sus momentáneos lectores, habían ocupado un mes de su tiempo en leer -y discutir, desmenuzar, digerir- lo que él había escrito un montón de años antes...
Me fui de allí contento, llevándome como regalo de la sonriente bibliotecaria la cubierta de la película seudo-argentina con Betty Grable y la Carmen Miranda. El recuerdo de un momento especialmente agradable.
Y hasta el día de hoy, hasta este mismo momento, no he encontrado ninguna razón valedera para arrojarme desde la cúspide de mi ego.
BSO : Les pêcheurs de perles, de Bizet / ilustración : birlada (?)