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¡Vaya qué graciosillo estoy!, parafraseando en mi título al señor Woody Hereu... Y todo esto a pesar del mediocre hacer de los tenistas argentinos en Mar del Plata, tan rebosantes de soberbia como faltos de entrega, y de los comentarios desagradables de muchos periodistas españoles, decididos a hacer con este triunfo deportivo una gruesa cortina con la que cubrir los serios problemas sociales de un país y un mundo en crisis.
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Quizás mi contento se deba a que el viaje por Murcia y el Levante español han llenado mi cuerpo y mi corazón de nuevas energías, casi tanto como Eva, José Miguel y Carlos, un amigo que conservo desde la adolescencia, llenaron nuestra estadía de afecto y nuestro auto de solares naranjas recién arrancadas de los muchos árboles que rodean su casa. Me gustó Murcia, me sorprendió Cartagena, me enterneció Orihuela, las tres con innumerables plazas meciéndose con suavidad al ritmo de sus fuentes de agua y rebosando de acacias, olmos, palmeras, palos borrachos, ombúes, ágaves y yucas. Por muy poco no me quedé pegado a la Plaza de la Catedral de Santa María, imponente y barroca, con un costado muy próximo a la escuela de Danza y Artes Escénicas y a su joven alumnado de estética
Fame; o me quedo a vivir en plan
clochard en la Plaza del Ayuntamiento, junto al río con su gran sardina varada -toda ella de un metal al que supongo bronce- y sus patosos patos auténticos, de carne, pluma y huesos.
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Casi podría asegurar que esta gente murciana mima mucho a sus árboles. Nuestros amigos nos contaron cómo, hace ya algunos años, del inmenso ficus elástica de la Plaza de Santo Domingo se desprendió una rama que mató a un transeúnte. Otros ayuntamientos más demagógicamente vengativos hubieran talado el árbol para dar ejemplo a sus congéneres, pero el de Murcia decidió rodearlo de una especie de previsora glorieta circular que imposibilita la repetición de ese fatídico accidente.
Por primera vez estuve viviendo en lo que los argentinos llaman
Country y aquí suelen denominar
Golf: una gran urbanización de casas y apartamentos -a los que sus siempre redundantes promotores añadirían "de alto standing"- rodeando un muy cuidado campo para la práctica de ese particular deporte, sin prisas ni jadeos, tan pausado como paseado. Me gustó pernoctar allí, aunque echaba a faltar el ruido, el desorden y la mugre ciudadana.
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Tal vez porque
Laborare Stanca y no hacerlo también, o porque en mis oídos mar y mal se confunden demasiado inquietándome mucho, dejamos para otro viaje una visita turística a la Manga del Mar Menor. Apenas pasamos por Elche y no nos detuvimos más de lo necesario en una demasiado exprimida Altea, lanzada a la fama popular por su mar, su sol y su siempre escurridiza Pepa Flores, más conocida como la prodigiosa niña... Marisol.
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Ahítos de autopistas, llegamos el jueves por la noche a nuestra casa de Barcelona. Stop. Descargamos los bultos y las naranjas. Stop. Nos abrazamos calurosamente con Federico, el felino feliz. Stop.
El viernes a las nueve de la noche, acompañado por un ramo de rosas de color rosado, me presenté en el hotel donde paraban Miho Sakato y su amiga Naomi. Los dorados salones del
Avenida Palace fueron una verdadera sorpresa. Con ellos no temo equivocarme como con la sardina murciana: por todas partes hay bronces bruñidos de brillos dorados. Habré pasado por la acera de este céntrico hotel varios cientos de veces y nunca me había asomado siquiera a su interior. Seguramente aparecerá en algunas de las fotos que acompañen este o un próximo post.
De Naomi y Miho no contaré demasiado.Las dos visitantes llegaron tan parcas de palabra -ninguna sabía hablar el idioma del otro- como cargadas de sonrisas tímidas y regalos exquisitos. El
emaki que narra nuestro encuentro está todavía sin terminar, es poco más que un boceto. Según dijeron ellas y yo sé muy bien, nos gustamos nada más vernos.
Hoy domingo, a las tres de la tarde y después de un paseo por los montes cercanos, las dejamos frente al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Nos costó bastante despedirnos. Seguían faltándonos palabras, aunque a esas alturas ya nos sobraran sentimientos. (continuará)
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ilustrando este post: Murcia ciudad
leyenda en una pared exterior de la Escuela de Artes Dramáticas y un estraño personaje custodiando la puerta de un antiguo palacete transformado en edificio de oficinas; el imponente ficus gomero o árbol del caucho protegido de sus desprendimientos; el Casino en rehabilitación; el surrealista Monumento a la Capa Española; el teatro Romea, cubierto para su restauración.