miércoles, marzo 30, 2011

Una canción para mi vida


La banda sonora de mi vida suena con los mismos acordes de mis sentimientos.
Erik Satie interpreta sus desmayadas gymnopédies cuando me inunda la lluviosa melancolía, Rachmaninov me sostiene en los tiempos de euforia primaveral y el piano de Chopin suena a todo tren cuando estar a solas conmigo mismo es un placer sin resquemores.
Hay muchos momentos de Mozart y Brahms, algunos más místicos con acompañamiento de Haendel, Bach o el torturado Cesar Frank y otros muy viajeros en los que Bártok, Delibes, Ravel, Rimsky-Korsakov, Charles Ives, Tchaicovsky o Stravinsky se encargan de acercar arpegios exóticos a mis andaduras.
Debussy es una constante, Verdi, Puccini o Wagner dramatizan voces y situaciones. A Beethoven nunca lo dejo entrar: me agobia.
Sobre el suave fondo sonoro de estos clásicos se superponen otros sonidos tal vez más potentes. Los recuerdos traen consigo jazz y tango, los amores arrastran boleros y muchas canciones de ese cajón de sastre donde se mete al pop, suelen reeditar historias que creíamos definitivamente agotadas.
Sin embargo, si yo tuviera que elegir una sola canción para acompañar mi tránsito sobre la tierra, tal vez me quedaría con Take a Walk on the Wild Side, de y por Lou Reed.
Creo que marca el ritmo exacto de mis pasos.
¿Ustedes cuál elegirían?


Ilustra: retrato de la actriz Tilda Thamar por Annemarie Heinrich.

sábado, marzo 26, 2011

La película más triste del mundo...



El viernes por la noche -y en concentrado, aterido, religioso silencio- vimos la recién estrenada Never let me go (Nunca me abandones), sobre un libro original del escritor anglo-nipón Kazuo Ishiguro, productor además de la película.
Falto de toda información previa, esperaba una historia romántica con alguna lágrima furtiva y poca cosa más. Los actores, salvo ese bello resto abotagado de quien fuera Charlotte Rampling y la totalidad hiératica de Keyra Knightleit, una versión dura, más antipática y por el momento sin prontuario policial, de Winona Ryder, eran para mí desconocidos, tal vez demasiado jóvenes, y del director, Mark Romanek, ¿quizás un rumano?, no había visto absolutamente nada.
Demasiadas incógnitas para una película de apariencia humilde, sin gran promoción, sin rutilantes estrellas ni galardones conocidos.
Inmediatamente despues del shock post visionado, falto de palabras precisas y con la panza atiborrada de angustia, que no de chocolate ni galletas, me fui a la máquina que todo lo sabe y, gracias a ella, la todopoderosa enchufada, pude enterarme que además de dirigir videos musicales para gente tan importante como David Bowie, Madonna o Michael Jackson, el estadounidense Romanek había hecho anteriormente otra película con Robin Williams, One Hour Photo (Retratos de una obsesión, 2002), que nunca, nunca, nunca yo había querido ver. Ahora mismo diría sí quiero, señor cura, por supuesto. Con ansiosa cinefilia además.
Poco puedo decirles de este filme preciosista y cuidado sin destripar toda la historia. Gracias a los diarios y a sus habituales críticos cinematográficos sin opinión alguna (muy pocos hacen algo más que contarnos el argumento y comunicar si la taquilla funciona o no como se esperaba), varios de los lectores visitantes (si estos extraños espécimenes aún existen, si todavía no se han convertido en telegramáticos twiters) ya sabrán más de lo que deberían sobre el nudo argumental de este filme tan tenebroso como dulce y siniestro.
El asesino no es el mayordomo, puedo asegurarlo. Un crimen de película, o toda una matanza sangrienta con mucha casquería, haría que todo resultara menos oscuro y se soportara mejor.
¿Es esta una crítica en contra? Para nada. Pero es que aquí los balazos van dirigidos al alma y conmueven zonas profundas, prácticamente inaccesibles, llenándonos de incómodas preguntas e inquietantes, descorazonadoras respuestas.
Filme inclasificable que he visto anunciar con la misma ligereza dentro de renglones tan distintos como el del thriller, la historia romántica o la comedia dramática, podría en realidad encasillárselo en la ciencia ficción, aunque al contrario de los habituales relatos de este género todo sucede en un pasado demasiado cercano, reconocible, escalofriantemente familiar. Si no fuera por la ausencia total de goce, tanto sacrificio juvenil podría hacernos recordar a la Saló de Pasolini, otra ceremonia del horror sin atenuantes. Me pareció, eso sí, encontrar notables parentescos entre la renuncia callada y el acatamiento al sacrificio sin resistencia de estos personajes, tan sensibles y bellos como patéticos, con los serviles sirvientes de Lo que queda del día (The remains of the day, 1993), la inolvidable, también angustiosa, para mí exasperante película de James Ivory.
La auténtica Biblioteca de Babel que es Google me recordó que ambas historias son invenciones del mismo autor, Kazuo Ishiguro, tranquilizándome en cuanto a la disponibilidad de otras capacidades propias que no tengan que ver con la evanescente memoria.
El sábado me preguntaba si era posible recomendar este filme sin perder amigos. Hoy mismo, algunas horas depués de consumado el hecho, me digo que debo hacerlo sin pensar en consecuencias posteriores.
No se trata de lanzar un misil sobre un pueblo cualquiera, ni de talar un árbol centenario para plantar cemento. Tampoco de estafar ilusionados inmigrantes vendiéndoles créditos que no podrán pagar ni con la sangre de sus nietos o de plagiar sin ningún rubor la obra de un artista nada mediático para difundirla como propia desde la impunidad de algún medio que nos tenga como amigo.
Ni siquiera es probable que muy pocos se indignen como deberían, deberíamos, hacerlo y aún menos salgan, salgamos, a la calle con el ánimo dispuesto para no dejarse, dejarnos, cercenar ni una minúscula porción más de su, nuestra, por momentos demasiado adormecida conciencia.

Carol Laure, Louise LeCavalier, Édouard Lock


¡¡¡BaiLE aNTeS de CAeR!!!

Fotografía de Édouard Lock

miércoles, marzo 23, 2011

Liz, la de los ojos color violeta






Hampstead, Londres, 27 de febrero de 1932
Los Ángeles, California, 23 de marzo de 2011
National Velvet, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Reflejos en un ojo dorado, Cleopatra, Gigante, De repente el último verano, Identikit, Mujercitas, Ceremonia secreta, El árbol de la vida, Quién le teme a Virginia Woolf...

Adiós niña prodigio, mujer prodigiosa, talentosa actriz...
Prefiero recordarte en el esplendor de tu incuestionable belleza.


sábado, marzo 19, 2011

El RITO y las guerras


El protagonista abre la puerta y se encuentra con una invasión de sapos. Entonces, mirando a cámara con su invariable cara de extrañamiento, se pregunta:
-¿Qué coño es esto?
En el inglés original suena otra cosa, pero estoy viendo la versión subtitulada y por tanto leo.
Hundido en mi asiento, luchando con los cabezazos que me arrastran al sueño desde los primeros quince minutos de película, yo ya no me pregunto ni siquiera eso. Tengo una respuesta tanto o más válida y, perdón Zbelnu, igualmente falocrática:
- ¿Qué coño es esto? ¡Un auténtico coñazo!
Cuando era muy joven solía ir al cine los sábados. Era una fiesta completa, una salida que justificaba atravesar con indolencia todo el resto de la aburrida, reiterativa, mediocre, nada creativa semana escolar. La película no importaba demasiado: salías con amigos, salías como diversión, salías con ganas.
Este sábado, dejándome arrastrar por tres personas muy apreciadas, intenté rememorar aquellos tiempos donde tanto la sala cinematográfica como la película proyectada eran poco más que excusas. Por esto y sólo por esto me atreví con El Rito, un filme que desde el vamos no me merecía la más mínima confianza. No soy amante de las películas de terror ni fui de los que en su momento se apasionaron con El exorcista y su festival de vómitos coloreados, masturbaciones icónicas,insultos blasfemos y cabezas girando sobre su eje, así que poco podía esperar de una revisión del mismo tema a la que supuse, al menos, con aplicaciones digitales de última generación.
Salí de la sala subterránea de los Icaria con el ánimo por el subsuelo. La industria del cine suele ser muy cruel con los actores, sobre todo si se trata de esos que en otras épocas se apellidaban "de carácter". Como no son guapos de calendario, carne bien montada para publicidades de cosméticos o calzoncillos, tienen poca prensa y ganan mucho menos que los que pueden mostrar formas excitantes o facciones bien hechas, aunque esa buena factura esté firmada por algún cirujano plástico e incluya muchos gramos de silicona incorporada.
¿Necesita Anthony Hopkins el dinero que le da esta película o acaso le hace falta verse en una pantalla aunque todo lo que lo rodea sea tan burdo, barato y mal hecho como en este filme?
Me da igual. Ni pienso contestarme. Hay preguntas que no necesitan respuesta; mueren en sí mismas.
Si tienen necesidad de consumir basura y no les alcanza con el container de la esquina ni logran saciarse con los titulares de los diarios anunciando una nueva guerra cuando todavía no nos habíamos repuesto de los tsunamis y las fugas radioactivas, pueden ver este festival de lugares comunes donde el mal no se encarna jamás en los mercaderes de cuerpos y armas, ni en los que avasallan, ultrajan, eliminan a los seres más frágiles, ni en esos otros, ¿los mismos tal vez?, que se quedan con nuestro dinero y encima pretenden cobrarnos por el trámite.
Aquí el Demonio, Lucifer, Baal, la maldad misma, está teñida de sexualidad, como si la única manera de joder al prójimo fuera, exclusiva y precisamente, joderlos en el sentido más español y cotidiano de esa palabra.
Además - o para más INRI, que este lugar común le va de rechupete al tema- los productores pensaron que tanta estupidez era demasiado despilfarro para los siete euros cincuenta de la entrada, por lo que no ahorraron en sapos ni crucifijos, estos últimos muy fáciles de conseguir en Roma, aunque sí lo hicieron en cásting y maquillaje. Los endemoniados son -salvo Mr. Hopkins, por supuesto- muy malos actores que no saben representar una posesión convincente y el equipo de efectos especiales encargado de representar los síntomas y estigmas de los poseídos prefirió no recurrir otra vez al blandiblup y la sopa de guisantes, con lo cual ni siquiera logran darnos un poquitín de asco.
Aunque de esto último yo voy más que sobrado con las últimas noticias bélicas.

Ilustra: foto terrorífica de la agencia Reuters encontrada en la red: un hombre encuentra a su hermano muerto tras una incursión aérea.

jueves, marzo 17, 2011

(H)OKUSAI, artista japonés.



Pintor y grabador japonés, nacido en Edo con el nombre de Tokitaro. Está considerado como el máximo exponente de la escuela de grabados Ukiyo-e, o pinturas del mundo flotante. A partir de 1796 comenzó su trabajo autónomo, firmando algunas de sus obras con el seudónimo de Hokusai.
Era famoso por la energía y espontaneidad de su genio creador, cosa que con la edad fue incrementándose aún más. Sus últimas obras, realizadas poco antes de morir con 89 años, ponen de manifiesto su enorme capacidad y determinación artística. A mediados del siglo XIX sus grabados, como los de otros artistas japoneses, empezaron a importarse a París, Francia, donde se coleccionaban con gran entusiasmo, en especial por parte de impresionistas de la talla de Claude Monet, Edgar Degas y Henri de Toulouse-Lautrec, cuya obra denota una profunda influencia de dichos grabados.
(Información extraída de la red.)

viernes, marzo 11, 2011

Howl-Aullido


En mi casa se ve mucho cine. Saltando de las pantallas de los ordenadores a las del televisor -de pantalla en pantalla, como en ese epígrafe que imaginé para muchas entradas "cinematográficas" de este blog- los cuatro habitantes de esta casa (Federico el gato suele unirse a nuestros visionados por pura sociabilidad y extrema mimosería), consumimos como mínimo una película diaria.
Arrastrado por tareas que me impiden acercarme al blog tanto como quisiera, muchas veces olvido dar cuenta de algunas joyas y muchos bodrios de los cuales no queda poco después ni el recuerdo. Ayer mismo, y gracias a la curiosidad contagiosa de "el Niño", pudimos descubrir un filme extraño con pocas posibilidades de llegar a las pantallas de los pocas salas de cine aún existentes.
Se llama Howl y habla de ese texto emblemático y sacralizado del poeta y agitador social estadounidense Allen Ginsberg (1926-1997), miembro de ese grupo desagrupado que se dió en llamar Beat Generation. Extraña obra que mezcla algunos documentales con dibujos animados y la lectura casi exhaustiva y explicada del poema en cuestión, tiene como protagonista a un James Franco más cercano en tiempo y contenido a su papel de Milk, que a ese último de deportivo heroísmo individual con nominación al Oscar.



Para no olvidarlas, para que el tintero virtual de este blog no se llene de películas desvaídas, menciono en forma de tráiler las más recordables del último tiempo.
Tan arbitrario como siempre -aunque en realidad lo piense no me atrevo a decir "como todos"- algunas pretenden ser sólo simples entretenimientos, pasto de nuestra voracidad consumista y de las no menos voraces llamas televisivas, pero todas tienen actuaciones, líneas de diálogo, guiones, bandas sonoras o hechuras destacables dentro de la más que prescindible atonía habitual.
Feliz fin de semana. Que las disfrutéis solos o bien acompañados (si no tenéis nada mejor que hacer en estos días convulsos).
Ilustra: retrato de Allen Ginsberg





martes, marzo 08, 2011

Estaciones


Que esta noche es carnaval, dijo,
y yo no podía creerlo
porque para mí el carnaval
sigue siendo un tiempo de sudores tras las máscaras
de disfraces ligeros y bebidas con hielo
mientras que aquí la tarde está nublada
y el tren que nos lleva
se empeña en trasladarnos de la tristeza
a la melancolía
del aburrimiento a la desesperación
de la adolescencia a la arrugas
y de allí, sin más, al cementerio

(del libro amorimás, cuarta edición, editorial S&P)
fotografía de Ruven Afanador

martes, marzo 01, 2011

Mujer(es)


Viendo a las estrellas del cine internacional haciendo cola como si fueran vulgares ciudadanos en trámite -banco, super o mini mercado, hospital, iglesia o cementerio, ministerio de hacienda, restaurante de moda o boutique en rebajas, siempre hay una cola en la que se hace necesario plantarse a esperar- me preguntaba si tanto esfuerzo para llegar hasta esa supuesta cima del mundo, finalmente vulgar, cotidiana, muy poco estelar, merecerá realmente la pena.
Años de escuela, cástings, entrevistas y manoseos diversos; días de trabajo duro en horarios incómodos y/o intempestivamente desagradables; horas de gimnasio, maquillador, joyeros, modistos, peinadores y zapateros, para luego encontrarse en una situación tan poco agradecida, esperando su turno -por favor,¿quién es la última?- hasta que un personaje al que nadie conoce pero que detenta el fálico poder del micrófono en mano, les haga un puñado de preguntas tan estúpidas como él mismo.
No importa que hayan interpretado con sutileza, creatividad y vigor a una bailarina en trance, a una niña perdida en el desierto o a una curiosa reina en gestación, finalmente se verán de pie sobre una alfombra tan roja como barata, esperando el momento de exhibir todos los detalles de su cuidado look, alertas para hacerse con los segundos oportunos en los que poder nombrar la mayor cantidad de veces posible al emporio económico responsable de los muchos lujos que llevan encima.
Es como si todas las actrices tuvieran finalmente un costado Frances Farmer, sean o no alcohólicas, acaben o no lobotomizadas. ¿Destino de mujer o simple destino humano?
Creo que no puedo, o en realidad no me interesa, darle contestación a esta pregunta.


Me gustan los actores porque siempre me han gustado de una forma especial los artistas. Me conmueve su fragilidad cuando la muestran, me divierten sus motivaciones cuando las descubro. Seres sensibles, y por tanto inestables, esconden tras la vanidad sus innúmeras inseguridades y sus constantes dudas. Son pocos los que se conforman con unos minutos de aplausos: quieren que un batir continuado de palmas sea la única banda sonora de sus vidas.
Esta misma semana, mientras algunas de estas luminosas y no siempre iluminadas estrellas se exhibían sonriendo en la pasarela de Hollywood, otras escapaban para siempre de la escena. Por distintas razones, al menos tres de ellas no me resultan ajenas:
Jane Russell, por su calidad de ícono secundario. Ni tan rubia para ser Marilyn, ni tan étnica para ocupar el lugar de Kathy Jurado, Dolores del Río o María Félix. Su última aparición sobre un escenario fue hace años, para presentar un Oscar al mejor maquillaje. Muy mayor, aunque nada ausente, comentó la ironía de los que la habían elegido para ese papel de meritoria tan poco afortunado.
Annie Girardot, porque, inmensa actriz, en Rocco y sus hermanos supo morir como nadie a manos de un hombre-actor, Renato Salvatori, que se convertiría después en su esposo, padre también de su única hija. Y además, actriz de la vida, mujer de bandera, habló mucho y escribió algo más sobre ese mal que la llevaría, desmemoriada, a la muerte.
Al final, aunque no última, una malagueña salerosa, Amparo Muñoz, la que, convertida en Miss España primero, en Miss Universo después, supo ser también Miss Decadencia sin perder casi orgullo ni belleza.




Ilustran: Jane Russell por George Hurrell. Frances Farmer con su perro, Girardot con Salvatori (los días felices) y Amparo Muñoz sin sostén alguno, en fotos promocionales sin pie de autoría.