...hacer sonar palabrotas en tu cabeza no es la mejor manera de ahuyentar a los fantasmas que te acechan a cada instante, esos mismos fantasmas que amenazan con arrojarte por el balcón cuando riegas tus macetas, que distraen tu atención con un sinfín de tonterías -sonidos, presencias, imágenes antiguas, rememoraciones edulcoradas que poco tienen que ver con esa realidad que de cualquier manera siempre es inventada: una fantasía más de tus deseos...
...distraen tu atención los fantasmas, decía, para que no mires la luz del semáforo antes de atravesar la calle; o manipulan los cuchillos más afilados de tu cocina, intentando que en lugar de cortar al medio un tomate, tan rojo como nunca podría ser tu sangre, lo claves de un solo golpe en tu corazón...
...y vas al teatro para entretener tus horas y te emocionas hasta las lágrimas con la historia que se teje en tu cabeza, mucho más, en primerísima y personal instancia, que con aquella que te cuenta Arthur Miller, un escritor cercano, antipático, seco, relativamente amistoso, en absoluto enemigo; muchacho alto, gafas de superhéroe miope con armazón de pasta, intelectual comprometido, pedrusco en los zapatos de una sociedad muy bien calzada, que se casó por y para las revistas -
cuánta Life hubo en nuestras vidas- con una mujer-símbolo del siglo pasado: Marilyn Monroe, una depresiva de ternura sexy, una minusválida que buscaba en él, al menos eso es lo que nos cuentan las leyendas mediáticas, un pene bastón, una polla remedio, una pija incisiva que cortara de un solo golpe las raíces de su desventura, y, al mismo tiempo, e inclusive unos cuantos minutos antes, una cabeza refugio que la salvara de su irreversible (y esto se demostró después, cuando la escena final con barbitúricos, cama deshecha y sabana arrugada, dejó claras las cosas), quizás innata, propensión a la autodestrucción y la locura...
Mira si al final de la historia resulta que no hay otra lectura sino esta lineal, sin encubrimientos ni conspiraciones, y Amy Wine-house somos todos: borrachos de desesperación, atrapados en nuestros desgraciados síntomas y drogados de ensimismamiento.
¿Y si también fuéramos Janis Joplin, y Kurt Cobain, y el pobre tipo "anónimo" -nadie lo es en realidad para su familia y sus amigos- que salta sin necesidad de fotógrafo dándole la orden, desde la terraza de la pedregosa y misteriosa Pedrera para estrellarse contra los catacumbas epidérmicas de un deconstruído emblema turístico que recauda millones de euros y muy pocas, casi ninguna sonrisa. Un edificio escenográfico, dramático, oscuro. El escenario perfecto para cualquier tipo de crimen, muy parecido al que montaste en tu cabeza, aunque este lo hayas levantado sin cimientos sólidos, por pura necesidad, por puro, maduro y letal aburrimiento.
Antes de morir, prefiero la muerte.
Arrepiéntete por lo que has hecho, pecador, y no por lo que puedes hacer y no haces. Frases de mingitorio, de chasis de autobús antiguo, de gurú de feria.
Aprendiendo a vivir se va la vida. Palabras. Palabras. Palabras. Escritas con la tinta alterable de nuestra infancia, azul de eureka, diluíble en lágrimas, manchón y cuenta nueva.
¿Qué decirle al corazón, que no escucha ni habla, para acallar sus gritos de atención?
Te arrojas en tus propios brazos. Acaricias tu dolor como si fuera una mascota moribunda.
Te sumerges para no ahogarte. Te enciendes como un fósforo para no convertirte en cenizas.