Imaginen un grupo de monjas comandado por una irlandesa algo rígida de facciones refinadas y voz particularmente chirriante que por orden de su superiora deberá trasladarse a un palacio semi ruinoso suspendido en medio de abismos y montañas. Nada más empezar la narración nos cuentan que años atrás el lugar sirvió de lujosa morada para las mujeres de un sultán y ahora está en manos de una vieja superviviente de aquellas épocas doradas a la que todo el mundo supone mentalmente desquiciada. Mientras la superiora del convento explica en qué consistirá su misión a la monja irlandesa, la cámara se adelanta a la expedición monacal, paseándose a su aire por paisajes bellísimos de altos picos nevados y por laberínticos interiores decorados con pinturas murales en las que se describe de forma más o menos explícita encuentros amorosos de todo tipo. Una mujer desdentada vestida con un sari de colores brillantes corre de salón en salón demostrando a los espectadores, nosotros, que su supuesta locura no tiene un ápice de suposición. También hay por allí, sentado en posición de loto sobre una roca algo aislada del palacio, la mirada extraviada en la distancia, un santón de largos cabellos canosos y figura, más que magra, descarnada. La líder del grupo no podrá elegir a sus acompañantes. Es la superiora quien decide que, junto a la pelirroja, irán otras monjas ya maduras especializadas en educación, gastronomía y cultivo de hortalizas. Se trata de montar un centro educativo para niñas en el antiguo harem abandonado. Empresa difícil: poco tiempo atrás un grupo de monjes ha intentado implantar allí un colegio para los varoncitos del lugar y la empresa ha fracasado estrepitosamente. Como regalo añadido, la monja irlandesa deberá soportar a Sor Ruth, de quien se dice "está enferma" con un tono suficientemente ambiguo como para que todos sepamos desde el primer momento que no están hablando de ninguna enfermedad física. En aquel mismo momento, el director nos ofrece un moroso barrido de cámara sobre la mesa donde las monjas desayunan. Cada una de las elegidas aprovecha esos mínimos segundos de plano personal para mostrarnos cuán idónea puede llegar a ser en su especialidad. Mientras unas cocinan con presteza y otras leen gruesos tomos encuadernados en piel o despejan la mesa de cacharros, Sor Ruth se retuerce sobre el banco de madera como si estuviera sentada sobre brasas ardientes, mientras mira hacia la cámara de la misma forma enfebrecida conque podría mirar a Brad Pitt y/o a su jolie Angelina saliendo de una ducha. El conflicto está servido. ¿Castidad o lujuria? ¿Sexualidad o misticismo? ¿Arrebato de campanas o pasiones arrebatadas?
"Un remake de Almodovar", dirán algunos de ustedes. Más bien lo contrario. En realidad se trata de Black Narcissus, filmada en 1947 por Michael Powell y Emeric Pressburger, una pareja de lo más particular, hacedora de otras obras tan raras e inquietantes como esa flor exótica que da nombre a la película. No sólo Pedrito A. bebió en esas aguas. Pierre -¡vaya!, otro Pedro- et Giles, fotógrafos franceses de arte, íconos ellos mismos de la superpoblada iconografía gay, deben mucho a la imaginería algo kitsch del dúo anglo-húngaro. Para convencernos que P.A. ha devorado, y digerido, la obra de Powell-Pressburger con verdadero gusto, basta con ver a Sor Ruth decidida a entregarse por entero a sus bajas pasiones femeninas en una de las escenas más desmelenadas y asombrosas del film. En ella, la actriz inglesa Kathleen Byron "repite" hasta la "clonicidad", peinado y maquillaje incluidos, el "personaje" de la española Marisa Paredes en varias películas del director manchego.
Algo farragosa en su desarrollo, debatiéndose constantemente entre lo sublime y lo ridículo, entre la sátira y el melodrama, tan arriesgada como el cine comercial de la época permitía, Black Narcissus sorprende con algunos momentos e imágenes irrepetibles. Ver a un ambiguo Sabú vestido en sedas brillantes y atiborrado de pedrerías, a una jovencísima Jean Simmons en plan odalisca de piel cetrina y ojos verdes, al altísimo capitán Dean cabalgando sobre un pony de dimensiones mínimas o a Sor Deborah Kerr empeñada en que la campana del palacio-escuela-convento repique más y mejor que aquellas de Santa María, vale mucho más que los cinco euros que me ha costado el dvd, distribuído junto a The Honey Pot (1967) de Joseph Mankiewicz en todos los quioscos de revista españoles.
"Un remake de Almodovar", dirán algunos de ustedes. Más bien lo contrario. En realidad se trata de Black Narcissus, filmada en 1947 por Michael Powell y Emeric Pressburger, una pareja de lo más particular, hacedora de otras obras tan raras e inquietantes como esa flor exótica que da nombre a la película. No sólo Pedrito A. bebió en esas aguas. Pierre -¡vaya!, otro Pedro- et Giles, fotógrafos franceses de arte, íconos ellos mismos de la superpoblada iconografía gay, deben mucho a la imaginería algo kitsch del dúo anglo-húngaro. Para convencernos que P.A. ha devorado, y digerido, la obra de Powell-Pressburger con verdadero gusto, basta con ver a Sor Ruth decidida a entregarse por entero a sus bajas pasiones femeninas en una de las escenas más desmelenadas y asombrosas del film. En ella, la actriz inglesa Kathleen Byron "repite" hasta la "clonicidad", peinado y maquillaje incluidos, el "personaje" de la española Marisa Paredes en varias películas del director manchego.
Algo farragosa en su desarrollo, debatiéndose constantemente entre lo sublime y lo ridículo, entre la sátira y el melodrama, tan arriesgada como el cine comercial de la época permitía, Black Narcissus sorprende con algunos momentos e imágenes irrepetibles. Ver a un ambiguo Sabú vestido en sedas brillantes y atiborrado de pedrerías, a una jovencísima Jean Simmons en plan odalisca de piel cetrina y ojos verdes, al altísimo capitán Dean cabalgando sobre un pony de dimensiones mínimas o a Sor Deborah Kerr empeñada en que la campana del palacio-escuela-convento repique más y mejor que aquellas de Santa María, vale mucho más que los cinco euros que me ha costado el dvd, distribuído junto a The Honey Pot (1967) de Joseph Mankiewicz en todos los quioscos de revista españoles.
ilustran : fotograma y póster de la película en su versión francesa.