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Boquitas pintadas, el filme, se estrenó en 1974, siendo quizá el último evento cinematográfico de importancia para esa Buenos Aires sofisticada que parecía presentir un gran desastre próximo. El "tout Buenos Aires", o sea algunos centenares de personas dedicadas de alguna u otra forma al quehacer artístico, esperaban el estreno de aquel film con la misma ansiedad conque, dos años antes, varios millones de argentinos habían esperado el regreso de Perón desde su exilio madrileño. Por aquella época, muchos de los que estaban pensando desde tiempo atrás en cambiar el escenario de sus vidas, decidirían que era imposible seguir postergando el momento de hacerlo. Sin embargo, como partir no era nada fácil y mientras tanto tampoco podían detenerse, seguían allí, viviendo esa realidad paralela como si fuera la única posible. Enfundadas en los vestidos de Madame Frou Frou o en la ropa vintage hábilmente rapiñada de los baúles familiares, Dalila Puzzovio, Mercedes Robirosa, Felisa Pinto, Marta Carlisky, Marilú Marini, Rosita Bailon, Nacha Guevara y un buen puñado de otras bellas y sofisticadas mujeres, asistirían a la presentación de Boquitas pintadas en el Cine Teatro Gran Rex de la calle Corrientes, recreando los años cuarenta que el libro y la película retrataban, por este orden, con mejor o peor fortuna. Para la beautiful people porteña Manuel era "un divino" de reciente adquisición. Torre Nilsson -Babsy para los más íntimos- y su mujer, la escritora y guionista Beatriz Guido, tenían un puesto permanente en ese Olimpo de dioses menores que conformaba la flor y nata de la sociedad porteña. Al brillante estreno de aquella noche seguiría una fiesta por todo lo alto en casa de Felipe del Canto, un personaje único, que sabía unir sin aparentes fisuras su elegancia de diplomático privado de cartera a una ávida curiosidad de flanneur cosmopolita y amante de los barrios bajos. Junto a un grupo de amigos igualmente jóvenes, representábamos la alborotadora cantera de los nuevos valores. Herederos de una forma de vida con raíces europeas, anhelábamos conquistar Nueva York para poder vivir como los hippies ricos de San Francisco. Fumábamos hasch y marihuana, leíamos a Henry Miller, a Allen Ginsberg, a Lovecraft y Salinger. Mezclábamos Freud con Ken Russell, las minimalistas Gimnopedies de Erik Satie con la psicodelia barroca de The Who o los desgarros etílicos de Janis Joplin. Nos acostábamos por pura diversión y solíamos desnudarnos en casi todas las fiestas por el gusto de ver asustarse al personal que se decía liberado. Así como Alejandra Pizarnik solía quitarse toda la ropa cada vez que en una reunión de intelectuales se "tocaba" el tema del sexo, nosotros nos desnudábamos por completo cuando las reuniones sofisticadas empezaban a ponerse demasiado tensas. (Fin de la primera entrega/continuará)
Photo : Luisina Brando en un plano de la película Boquitas pintadas