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Otra semana trajinada a pesar de la ausencia sin preaviso de un trabajo bien remunerado.
Insoslayable exposición Mallol en La Pedrera, Trío de Tango (Bataglia, Picó, Mercadante) al alcance de la mano en la librería Martínez Pérez de la calle Valencia, comidas con risas, azucares y abundante colesterol en casa de amigos.
Hubo bastante más, aunque prefiero no comentarlo.
Si pudiera desdoblarme, ahora mismo debería estar en la presentación del nuevo Premio Anagrama: el viernes llegó una invitación para esta tarde a las 19.30, y yo, que no sabia si tendría impulso suficiente como para llegar hasta allí rebosante de Energía, Encanto, Elegancia, Envolvente Evanescencia, Erótico Envión y todas esas otras pequeñas cosas tan suplerfluas como imprescindibles para un gran Evento de estas características, dejé que el tiempo pusiera mis dubitativas ganas en su sitio. Aquí estoy, el reloj marcando la hora señalada en el tarjetón gris convite y yo aún en mi casa. Otra vez el tiempo implacable ha decidido por mí, aposentando mis asentaderas en la incómoda silla de Ofiprix, obligando a mis manos a jugar torpemente con el teclado gris y negro de Logitech en un intento posiblemente vano de elaborar otro post sin rumbo fijo y destino náufrago. Todo resulta demoníaco, como aquellos depravados rockeros que confesaban sin ningún pudor su fascinación por Belcebú. Me pregunto si los morritos de Jagger hubieran despertado la compasión del monseñor Torquemada, Tomás de, ese ínclito vallisoletano tan enemigo del diablo y el judaísmo como afecto a las carnes muy bien asadas, a fuego lento.
Leo a Foucault comentado por Miguel Morey. Nunca es tarde si la dicha es buena, decía mi madre mientras se le escapaban los ojos hacia un cielo no demasiado lejano y bastante poco angélico, con toda seguridad sensual y demoníaco.
Copio una cita de Deleuze, hasta el momento desconocida. Por extrañas razones que la razón no alcanza a descifrar del todo, describe certeramente la que pretendo sea mi posición habitual frente al mundo, el demonio y la carne:
No se trata de predecir, sino de estar atento a lo desconocido que llama a nuestra puerta.
Vamos siendo, y ese ser propio que decimos conocer, el mismo que podemos describir, definir, estereotipar, ya no es actualidad sino historia pasada. Vamos siendo, y es la acción la que nos define con más certeza que nuestros engañosos intentos hagiográficamente autodescriptivos. Satán nos confunde, haciéndonos juzgar nuestro pretérito presente desde un yo desdoblado que se supone otro.
Me levanto del asiento. Necesito música. ¿Conocen a Concha Buika, esa demonia?
Si la mayoría respondiera afirmativamente me harían pensar en luciferinas conspiraciones, ya que esta chica isleña no consigue siquiera que los noticieros nacionales de televisión (¿o debería decir los noticieros de televisión nacionales?) le dediquen tantos minutos de promoción como los que suelen dedicar, por ejemplo, a esa petarda incombustible llamada Marta Sánchez. Cierto que la Marta es rubia platino, y la Concha, con perdón, mallorquina, mulata y agitanada, pero entonces, ¿para qué sirven las campañas de discriminación positiva? ¿Acaso para el exclusivo regodeo de esas señoras ministrables de ilimitado, e indescriptible, vestuario?
Encallado en las cenagosas aguas de la duda, debatiéndome entre el proceloso mar del inconsciente y las corruptas orillas de la cotidianeidad, llego al final de este texto sin destino preciso. Mientras tanto, y como contrapartida a la insistente campaña de "Somos Iglesia Catolica"(¡SIC!), el diablo seguirá sobrevolando los posts, navegará alegremente por internet, se paseará con absoluta libertad por los sillones presidenciales, las alcaldías y los escaños.
Posdata: la curiosidad me lleva hasta la página web de Anagrama. ¿Quién habrá ganado el premio de novela de este año? No hay ninguna noticia sobre los premiados. Tampoco la he visto publicada en ningún otro medio. Extraño. Busco la invitación y la releo. La entrega es el lunes que viene, día dos de noviembre. Todavía tengo tiempo de crearme ganas. Espero que Luzbel no siga metiendo la cola también por mi casa y pueda contarles a mi regreso los pormenores de la fiesta.
Fotografía de Jamie Baldridge