Es como si estuviera saliendo de casa y justo antes de cerrar la puerta sonara el teléfono obligándome a volver.
Quería abandonar por unos días este blog y hacerlo danzando, una forma muy placentera de exorcisar dolores que pretendemos pertenezcan al pasado de este año aciago al que consideramos moribundo, pero hace unos minutos Liliana Sáez, del blog Kinéphilos, una argentina cálida y viajera con la que tuvimos un encuentro a su paso por Barcelona, colgó un post despidiéndose desde la distante Buenos Aires de Ivan Zulueta, para nosotros casi un vecino.
Maldita cosa que, a pesar del cansancio que tengo acumulado, no me permitió irme a dormir temprano. No me había enterado de su muerte hasta ese mismo momento, y aquí estoy, despidiéndolo. Conocí a Iván en Ibiza, a fines de los setenta o principios de los ochenta. Era un tipo atractivo adicto a muchas cosas, aunque sin las alharacas propias de los glamourosos pecadores de la época. Andaba por la isla con Wilmore, su actor fetiche, su compañero de fechorías, su bello y desenfadado muñeco parlante.
En Madrid se hablaba mucho de su película Arrebato, pero nosotros, isleños de adopción sin derecho a estrenos cinematográficos, no la habíamos visto. Como una sincera demostración afectuosa, sin rasgo alguno de divismo, se ofreció a mostrarnos una serie de sus cortos caseros en el piso de un muy querido amigo florentino, muerto ya hace años. Este muchacho muy cinéfilo se llamaba Massimo y era otro heroinómano estilo Zulueta: inteligente, lúcido, tierno y afectuoso, de excesos varios y desintoxicaciones constantes.
Rodados en su casa de San Sebastián con elementos tan caseros como una televisión encendida, ese colorido y mutante moco infantil al que llamaban Blandy Bloop o los sonidos desfazados de una radio cualquiera, sus peliculitas lograban efectos que a todos sus ocasionales espectadores nos parecieron escalofriantes.
Después de aquella noche no volvimos a vernos, a pesar de que suponíamos prácticamente inevitable un reencuentro.
Poco tiempo después, en el primer viaje que hice a la península, vi Arrebato. De inmediato la coloqué en el pequeño altar donde pongo mis películas de culto, alegrándome cada vez que alguien la mencionaba como ejemplo de creación cinematográfica independiente. Pasaron los años, y a pesar de algunas noticias dispersas sobre posibles nuevos proyectos donde aparecía involucrado, no se por que extraña razón yo daba por supuesto que Iván Zulueta no haría jamás otro filme. Durante todos estos años preguntaba por él a los compañeros de sus variadas profesiones, ya que, además de cineasta, Iván era artista plástico, diseñador gráfico y espléndido ilustrador de carteles. Siempre recibía más o menos la misma respuesta:
"Parece que está bien, aunque no se deja ver demasiado. Está desenganchado, pero casi no sale de su casa. No quiere ver a nadie".
Allí, en su casa de San Sebastián -ese santo emblemático, de cuerpo ambiguo y piel horadada- ha muerto hoy, hace unos pocas horas.
Reiterativo infractor, orgulloso mal alumno, supongo que no le gustaría rozarse con el diez que solía premiar a los más aplicados, ni siquiera en las páginas impresas de los calendarios.
Ilustran: retrato de rodaje y cartel diseñado por Iván Zulueta.
Ilustran: retrato de rodaje y cartel diseñado por Iván Zulueta.