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Salgo de visitar a mi analista y me encuentro la avenida Diagonal tomada por carros de asalto de los mossos d'esquadra. Un momento antes, cuando todavía estaba en medio de una sesión tan clara como el día, empezaron a oírse sirenas, silbatos y gritos. Pregunté a madame R., algo atemorizado, si todo aquel escándalo era una respuesta a lo que yo estaba diciendo. Mi estimada partenaire tardó apenas un segundo en tranquilizarme: no debía preocuparme en absoluto; nada inconveniente había salido de mi boca. Respiré aliviado. No me hubiera gustado sentirme responsable de aquella infernal batahola. Las molestias no eran sólo auditivas: inclusive uno o dos helicópteros atravesaron varias veces el rectángulo de cielo que alcanzo a ver desde el diván donde me tiendo para hablar de mi(s) persona(s). Como estaba con toda la asociación libre disparada, recordé el principio de
La dolce vita, aunque de estos aparatos barceloneses no colgaba ningún Gran Cristo Crucificado como en la romana película de Federico Fellini. Supuse que el Ecce Homo se habría retirado a la urna de cristal, avergonzado por las declaraciones públicas del responsable de su iglesia, el Papa Bendito nosécuántos. Ayer mismo ha dicho que no quiere que los africanos usen condón. Prefiere que se casen vírgenes, ni se les ocurra hacerse homosexuales y sean fieles, pobres y hambrientos hasta la muerte. Atando cabos -los de la asociación libre, ya saben- recordé cuando hace unos años me propuse acostumbrar a un pequeño ejemplar de ficus benjamina, una planta que lo aguanta casi todo, a vivir sin agua. Desgraciadamente nunca llegué a saber si el experimento daba resultado porque la planta se murió poco antes de cumplir su primer mes de sequía.
¿Cómo llegué hasta aquí cuando en realidad quería contarles lo que me sucedió cuando salía de la consulta de mi analista? No importa; ni siquiera intentaré retomar la senda perdida. Empiezo de nuevo con el cuento y santas pascuas, con perdón del Papa antipreservativos.
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Salgo de visitar a mi analista (bis) y me encuentro la avenida Diagonal tomada por carros de asalto de los mossos d'esquadra. Eran muchos, muchísimos. Los carros, quiero decir. Los mozos con sus escuadras estarán casi todos dentro, pensé, ya que por las calles no se veían tantos como la cantidad de rodados hacía suponer. Me detuve en una esquina para ver si convenía seguir hacia mi casa o era preferible quedarse quietecito hasta saber si no se repartían castañas indiscriminadamente. Acercándome a una señora algo gruesa con cara de enterada, le pregunté: "¿qué está pasando?" Me contó que había problemas con los estudiantes desalojados de la Universidad, "por esa historia de Bolonia". Agradecí la atención dispensada y me puse más cerca de la puerta de una cafetería a la que suelo ir cuando quiero comer buenos cruasanes rellenos de jamón dulce. Tengo recuerdos tan lejanos como dolorosos de los bastones policiales argentinos. No creo que los de aquí sean demasiado diferentes, y aunque no tengo aspecto de joven estudiante, tal vez sí pueda tenerlo de profesor contestatario. Cerca de donde me encontraba había un grupo de jovencísimos de ambos sexos con el pelo revuelto a la Winehouse y notable cara de estupefacción. Aunque hablaban entre ellos en catalán, este post viene en versión doblada al castellano y con insultos expurgados:
-Oye tío, que no puedo creerlo...¡Te das cuenta cómo nos han dado!
-Si fueran de la guardia civil o de la nacional...pero son mossos de escuadra, ¡catalanes!
-De verdad, tío, ¡qué pasada! ¡Ni que fuéramos unos pringados extranjeros!
Son demasiado jóvenes para saber según qué cosas, pensé, y me metí a la cafetería sin pensármelo mucho, dispuesto a zamparme en silenciosa soledad un buen cruasán relleno. Saqué el diario que llevaba en el bolso y me enteré de que al día siguiente, hoy en realidad, se festejaba el Día del Padre. Comprendí la avalancha de distintas publicidades de perfumes
haute couture durante los últimos quince días. Lástima: yo ya no tengo a quién regalárselos. Como los diarios dan mucho de sí, sobre todo cuando no los lees cada día, también pude saber que en una encuesta realizada en Alemania han descubierto un treinta por ciento de jóvenes muy poco afectos a los extranjeros, de los cuales casi la mitad se declaran muy racistas.
El Papa alemán debería prohibir, además de los elásticos condones, la emisión de música de Wagner en los colegios de enseñanza secundaria.
Fotos de Dante Bertini