¡Ay,
Lilian, estimada amiga de Baltimore!, ¿qué puedo decirte de la película "argentina" de Coppola? ¿Que es sencillamente horrible? ¿Que hacía mucho tiempo que no veía algo tan malo en una pantalla de cine? Ambas serían apreciaciones demasiado superficiales, síntesis algo facilonas de las desagradables sensaciones que dejó en mi cuerpo, en mi cerebro, en mi sensibilidad y -aún deseando que no haya llegado hasta allí, puedo temerlo- en mi ya suficientemente vapuleado inconsciente, las dos horas de sacrificada ingesta de este budín indigerible llamado
Tetro. Estaba ansioso por verla, lo reconozco. Que un director al que respetas desde hace un montón de tiempo decida filmar en la que fue tu casa, tu nido, el lugar donde aprendiste a considerar al cine como una de las bellas artes, no es algo que suceda cada día. Me interesa ver los lugares propios por los ojos de gente artísticamente respetable. Fui de los primeros en zamparme el Allen de Barcelona a pesar del desagrado que me causa la señorita Pe... y esta es una ciudad en la que he vivido "apenas" durante los últimos 20 años.
Para que no pienses que soy muy negativo, trataré de salvar alguna cosa de este titánico naufragio. Despliego una pequeña lista del material flotante.
1) El joven actor de nombre impronunciable: Alden Ehrenreich. Casi un clon de Leonardo DiCaprio, conserva una tiernamente ambigua ingenuidad infantil y actúa con elegante naturalidad, a pesar del extraño enjambre de desquiciados que lo rodean durante todo el largo, inacabable, metraje del film.
2) La fotografía en blanco y negro: clásica en sus claroscuros, siempre expresiva, por momentos preciosa.
3) La música, tan bella como redundante, mezclando aires reconocibles del tango y el folclore argentino. En muchos momentos está utilizada para resaltar situaciones superfluas que, supuestamente, deberían dotar al film de ese carácter porteño que Coppola encuentra en la radio Colifata -le dedica una larga, descolgada escena casi documental dentro del film- o en el mate amargo que la fotogénica y siempre algo ajena Maribel Verdú ofrece a su joven cuñado.
¿Habría que salvar algo más? Tal vez el rostro impenetrable, cinematográficamente imprescindible, de Vincent Gallo, sin embargo me cuesta demasiado superar su pelu-peinado grasiento tapándole por completo las orejas.
Mejor olvidar la patética aparición de Carmen Maura, casi un cameo, en un remedo exasperante, gafas con montura de pasta blanca por medio, de la escritora Victoria Ocampo. ¿Cómo hubiera sido este personaje de haberlo interpretado Javier Bardem? ¿Ciego quizás?
Más preguntas: ¿Qué pretendió Coppola con este, según él su film más personal? ¿Forrarse para siempre? ¿Pasárselo "de puta madre" en esa Argentina decadente, acelerada, superficial, orgiástica, suburbialmente fellinesca? Todo hace pensar que nunca recuperó el guión que le robaron en su casa del barrio de Palermo y, con la producción ya en marcha, tuvo que inventarse este engendro de absurdos enredos familiares
al más puro estilo Soap, a medida que iba filmándolo. Es triste observar cómo el creador de
El padrino y
One from the heart, el tipo que arriesgó varias veces su fortuna personal para hacer el cine que deseaba hacer, se vende ahora por un brillante plato de lentejas al falso lujo de Swarovski, rapiña en los cotos privados de otros directores -
el último Leonardo Favio , Wong Kar Wai y Almodóvar entre los más notables- y pasea una mirada irónica y superficial por las vastas pampas argentinas, poco más que un fondo escenográfico donde él y su hija se retratan para poder vendernos, también, las icónicas maletas viajeras de monsieur Louis Vuitton.