Coincido en las duchas del gimnasio
Seven con el escritor, y también vecino, I.V.F.
- Hola, le digo. -Te hacía en las Ramblas, firmando libros.
Un momento antes había visto por allí, de paso hacia mi clase de yoga, a Boris Izaguirre, Ian Gibson, Lázaro Covadlo, Maruja Torres e
Isabel Núñez. Letra impresa para casi todos los gustos, según parece. También anduvo Rajoy, pero a él, más que pedirle firmas, le exigían de forma bastante agresiva que se vaya inmediatamente de Cataluña.
No sé si I. tiene buena vista, pero puedo asegurar que no le falta oído:
- Mmmmm...¡Hola! ¿Cómo va todo? Preferí pasar antes por aquí, nadar un rato, tomarme una buena sauna...Mmmmm...Para llegar más fresco a los eventos...
- Qué vida tan dura, ¿verdad?
Calcula mi ironía y poniendo cara de taimado jugador de póker, de aplomado y sobrador fullero, prefiere responderme seriamente. Es un tipo concentrado que suele llevar consigo libros amarillentos de autores clásicos, esos que jamás encabezaron las listas de los más vendidos. Nunca me lo ha dicho, pero supongo que es aficionado a releer una y otra vez los libros que le gustan. La última vez que lo encontré -también en el gimnasio aunque sin agua de por medio- estaba perdido por las páginas de un poeta que acabó suicidándose. Por pura ligereza tendería a pensar que se trataba de Silvia Plath, sin embargo estoy casi seguro de que ese día tocamos el tema y el autor de aquellos textos era un hombre.
- No está mal esta vida, no... A pesar de las dificultades. Y de los errores que cometemos a cada paso. Kundera dice que la dificultad de la vida consiste en que no hay ensayos previos. Uno va haciendo lo que buenamente le sale, lo que puede hacer, y una vez hecho, hecho está. No hay posibilidad de volver atrás para arreglarlo.
- Algunos se enmiendan...-le digo.
Otra cándida ironía, sin embargo algo parecido a un eco subterráneo susurra que precisamente esta no lo era tanto. Ese momentáneo ensombrecimiento hace que deje a un lado las tonterías y, entre estimulantes chorros de agua caliente y espumas de gel con olor a fresas, me ponga un poco autobiográfico:
- ¿Sabes una cosa? Cuando todavía era un niño, una tarde bastante gris y fría de otoño, al salir de mi casa, vi pasar por la avenida Rivadavia un enorme camión gris oscuro que llevaba una leyenda manuscrita en el frente, arriba de la cabina de conducción. Era una cosa habitual por aquellos años en la Argentina. Se lo llamaba fileteado. Creo que todavía existen verdaderos maestros en ese arte popular heredado de vaya a saber qué lugar de Europa. Los textos suelen ir rodeados de firuletes y flores de todo tipo. Puro kistch, dicen algunos. Generalmente ilustraban dedicatorias del tipo "Para papá, que me enseñó el valor del trabajo","Santa viejita, nunca te olvidaré" o "A Carlitos, el mudo, que cada día canta mejor", refiriéndose a Gardel, por supuesto. Sin embargo el de aquella tarde otoñal debía ser un camionero filosófico, porque llevaba escrito: "Aprendiendo a vivir se va la vida". Yo aquel día estaba algo deprimido, por lo que podría asegurar que un segundo antes me había preguntado precisamente sobre el sentido de todo esto. Me pareció que aquella era una respuesta válida... o al menos lo suficientemente seria como para hacerme pensar un buen rato sobre su fiabilidad.
Cuando termina de escucharme mi literario interlocutor sonríe como acostumbra hacerlo, sin mostrar los dientes. Es sólo un sutil aunque más que evidente cambio en esa mirada oscura que deja de recorrer nerviosa y superficialmente rincones lejanos para posarse unos segundos en mi cara:
-Sí, suena bastante creíble.
-Lo desgraciado de este aprendizaje es que la graduación suele coincidir con la muerte.
Mi pesimismo ha aparecido en forma de exabrupto. Parapetados en nuestros cubículos acristalados, protegidos por ese otro cubículo vacío que hay en medio, los dos desplegamos durante unos segundos gestos y sonidos de todo tipo. Se trata de quitarle trascendencia al asunto. No sea cosa de que la parca ande cerca, y voraz, avariciosa, decida llevarse consigo a estos dos clientes tan desnudos, tan limpitos y sutilmente sazonados con un dulzón, muy prometedor, olor a fresas.
ilustra: Vecina, dibujo de Roberto Cubillas