lunes, mayo 31, 2010

un día sin humos


No se trata de una guerra, tampoco de un enfrentamiento; ni siquiera pretendo que los que fuman dejen de fumar.
No es mi problema.
Simplemente quiero poder asistir a conciertos, ir a discotecas, a bares y restaurantes sin tener que soportar -durante- la irritación de mis ojos y pulmones, para aguantar -después- varios días de toses tabáquicas y desagradables dolores de cabeza.
El tabaco es malsano, está demostrado y ya todo el mundo lo sabe, por eso realmente me importa poco la salud de los demás, sobre todo si son adultos y deciden enfermarse de esa forma tan vulgar y adocenada.
Hay terribles vertidos de petróleo, hambrunas y guerras de todo tipo, lo se muy bien, pero tampoco las he buscado yo ni he contribuído de forma directa a ellas. No espero solucionar todos los problemas humanos. Sólo pido que respeten mi derecho a transitar por lugares sin humos cancerígenos; humos que podrían evitarse con el simple hecho de no prender un cigarrillo en lugares cerrados, donde hay mucha otra gente que posiblemente no quiera tragárselos.
¿No pueden entenderlo?
¿Acaso les gustaría que los no fumadores eructáramos y nos tirásemos pedos en los lugares donde estáis comiendo, nos meáramos en vuestras piscinas comunitarias y arrojásemos pañuelos decorados con nuestros mocos a las puertas de vuestras casas?
No quiero que nadie lo tome como una amenaza, sin embargo todo esto podría suceder en cuaquier momento.
Finalmente, es sólo una cuestión de respeto.

Ilustración de Miguel Gallardo

domingo, mayo 30, 2010

Adiós, muchacho...




Una noticia doblemente desagradable.
Una muerte siempre lo es, máxime si el idiota que la transmite, a media mañana y por radio, dice que el finado se ha ido de la vida de forma "poco gloriosa".
¿Cómo te vas a morir tú, desgraciado? Si Dennis Hopper, el personaje, te hubiera oído, ahora mismo estarías luciendo una botella rota en medio de la cabeza o un balazo certero en medio de la frente.
El joven cowboy motorizado que nunca quiso crecer, hacerse viejo, desaparecer de esta pantalla nuestra de cada día, se ha muerto de cáncer de próstata, anciano, en su casa y rodeado de la que era su familia.
¿Esperaba que lo acribillaran a balazos en una emboscada a pleno sol o terminara en una oscura, cinematográfica calle del Bronx, con una sobredosis de heroína en vena y un puñal clavado en el corazón?
Poco antes, ya al borde de la tumba, tuvo un gesto que a su personaje le iba tan bien como un anillo de sello a un dedo meñique de uña bien cuidada: pedir el divorcio de su ultima esposa, también actriz.
No conozco los detalles ni me interesan. Querría partir sin compromisos, tan solo y descasado como había llegado al mundo.
Hizo muchas cosas, no todas tan bien como los demás esperaban. Hace algunos años, bastantes ya, Barcelona organizó una exposición con sus fotografías. Mostraban la mirada curiosa, aunque sin sorpresas, de un muchacho vagabundo y solitario, decidido a recuperar con la cámara algo de todo aquello que había perdido alguna vez. Quizás en el mismo momento en que murió su único, según él, amigo de juventud: el mítico James Dean.



ilustra: fotografías de y por Dennis Hopper, incluída el retrato de Paul Newman, realizado durante el rodaje de La leyenda del indomable (Cool Hand Luke)

martes, mayo 25, 2010

perlas de la memoria


Es martes por la mañana. Digo Perla y aparece mi prima de Gauleguaychú tocando el piano como una desaforada.
Milongas, habitualmente tocaba milongas, aunque no le hacía ascos a las composiciones clásicas, sobre todo las que tenían pasajes donde podía lucir su brío, por lo general desmedido; tanto como para dejar la cubierta del teclado con evidentes, nada agradables rastros de sus uñas.
Mi prima Perla era hija de un militar retirado de infantería, tío político mío por parte de madre. Hombre rígido, patriotero, moralista, de cachetazo fácil y abundantes represiones para con su familia -numerosa, por supuesto-, todo el mundo lo respetaba o al menos le temía.
Supongo que Perla, mi prima, poseedora de un carácter parecido al de su padre, se desfogaba aporreando el piano a falta de algo mejor; quizás un objeto sin sonoridad, aunque con posibilidades de responder al ataque feroz de aquellas garras perladas de mi parienta con un auténtico festival de sangre, sudor y lágrimas.

Perla, mi prima, se parecía a Gloria Grahame. O tal vez fuera la Grahame la que resultaba identica a mi prima. Resulta harto difícil adjudicar a una u otra la invención de un estilo que las calles repetían con superficial entusiasmo. Cientos de mujeres del montón, con cuerpos y rostros que nada tenían que ver con los originales, los de Perla y Gloria, por supuesto, hacían acopio de postizos, rimmel, gruesas capas de pintalabios carmín (siempre algo excedido de sus límites) y abundancia de posturas de cadera quebrada, un pelín barriobajeras, sutilmente obscenas, en un intento estéril de copiar las almas -desesperadas, ardientes, sadomasoquistas- de Gloria y Perla, más propias de una guerrillera encarcelada que de un ama de casa mortalmente aburrida de sus tareas cotidianas o de una secretaria ejecutiva con escaso tiempo libre.
Como muchas de mis tías y primas casadas o solteras, Perla sufría de constantes dolores de cabeza que la obligaban a encerrarse en su dormitorio durante la siesta, con un paño de agua fría sobre la frente, las persianas bajas y la llave echada.
El piano lo tocaba por las tardes o muy temprano a la mañana, apenas levantarse. Costumbres adquiridas, junto a un mal humor casi constante, en su casa paterna de Entre Ríos, cuando su padre, maestro de música y director de una pequeña orquesta típica compuesta por todos sus hijos y dedicada a amenizar fiestas populares y conmemoraciones patrias, le enseñaba a solfear a fuerza de gritos, insultos y castañazos.
Perla era la auténtica perla de los Videla de Gualeguaychú. Nunca la ví sin maquillaje o con la corta cabellera rizada en desorden. Tampoco usó jamás pantalones, ni siquiera de pijama, y es la única mujer, lo juro, a la que vi caminar en pantuflas de entrecasa con displicente elegancia, como si tuviera puestas sandalias con altísimos tacones aguja y estuviera desplazándose entre las mesas ricamente decoradas de un cocktail mundano en un hotel de lujo.
Podría definir su estilo interpretativo como una versión algo más viril del Príncipe Kalender, un solista de piano de origen ignoto, presumiblemente italiano, de gran fama en Buenos Aires por aquella época. No se si Perla era consciente de aquel parecido, ya que las composiciones preferidas de mi prima no eran las del Príncipe, creadas especialmente para demostrar su maestría como ejecutante, sino los conciertos numerados para piano y orquesta de Rachmaninoff. Orquesta sinfónica nunca tuvo cerca, pobre Perla, pero eso no le resultaba ningún impedimento. Cada mañana abría la tapa superior del enorme combinado de mis padres y apilaba sobre el dispositivo que los dejaba caer, estruendosamente, de uno en uno, aquellos frágiles discos de pasta que a mí nunca me permitían tocar, para acompañar al concertista grabado como si estuvieran tocando a cuatro manos. Una delicia muy especial mi prima Perla. Jamás pude entender por qué, siendo como era un volcán soterrado al que podía suponerse una potencia sexual arrasadora, nunca nos enteramos de que tuviera a nadie a quien amar.
Tal vez fuera más astuta de lo que todos creíamos y sus constantes visitas al médico escondieran secretos pasionales, que la callada Perla, sensual y misteriosa como un preludio de Debussy, se llevó para siempre a la tumba.
Posdata: Ahora, nada más terminar de escribir este texto, me pregunto si en realidad mi prima Perla no se llamaba Dora.

Ilustra: fotos publicitarias de la actriz Gloria Grahame; en la segunda, la misma actriz caracterizada como mi prima Perla. Partitura del Príncipe Kalender.

sábado, mayo 22, 2010

migajas de primavera


Hansel y Gretel, esos niños de cuento, dejaban caer a su paso piedras, botones, cualquier objeto pequeño y notable que les permitiera desandar el camino a casa sin perderse irremediablemente en el bosque.
Yo necesito que este blog no acabe por pura inanición, por la total ausencia de lectores medianamente interesados en lo que aquí escribo, así que dejaré algunas migajas de mi pan diario para que todos aquellos que se hayan despistado puedan retomar el camino que lleva de nuevo hasta este lugar, mi casa.

Una rata se deslizó suavemente entre la vegetación
arrastrando su panza fangosa por la orilla
mientras yo pescaba en el turbio canal
un atardecer de invierno por detrás de los gasómetros
meditando sobre la ruina de mi hermano el rey
y sobre la muerte de mi padre el rey, antes de él


Esta estrofa forma parte de un largo poema de T.S.Eliot, nacido estadounidense y con posterior nacionalidad inglesa, tan ajeno a las piruetas del otro Elliot, Billy, el pequeño bailarín de película, como a los tiros casi siempre certeros del televisivo Eliot Ness. El autor de La tierra baldía y Asesinato en la Catedral fue Premio Nobel de Literatura en 1948 y una de las voces más destacadas en las letras anglosajonas del siglo pasado. Esta traducción, encontrada en la red casi por casualidad, podría ser más que defectuosa, al menos no me atrevo a asegurar lo contrario, pero me sirve para hablar de la melancolía, ese animal viscoso que nos atrapa por sorpresa en un recodo cualquiera del camino, ese virus malsano, insidioso, que, arrastrándonos a la maloliente, por irracional, ciénaga de la conmiseración y el desprecio hacia todo lo que nos rodea -incluyéndonos de forma tácita, sin explicitarlo- nos convierte en un alga informe, de(s)rrumbada y temblorosa. Fieramente atacado por ella en estos días -quizás la nostalgia sea otra forma de esta alergia que enturbia mis ojos y lastima como polvo de vidrio mi garganta- la saco al sol para ver si escapa de mí como una lagartija asustada, dejándome al fin en paz.

Comparto una mesa con otras once personas. Comemos y trabajamos al mismo tiempo. La vida no está nada fácil, nunca lo ha estado, por lo que se hace necesario reir con/de cualquier tontería. Mientras nos sirven el segundo plato, alguien a mi lado cuenta que un famoso personaje llamado Félix María fue encarcelado por no sé qué motivos y los otros presos invirtieron gran parte de su tiempo de ocio carcelario en violarlo una y otra vez sin darle descanso; tanto, que fue necesaria una posterior internación hospitalaria. La historia es lamentable, desgraciada, patética, sin embargo a mi se me ocurre decir:
-O sea que el tipo entró como Félix María y salió como María Félix...
Algo macabramente ingenioso de lo que con toda seguridad me arrepentiré en este mismo instante, pero que ha hecho reír a mandíbula batiente a todos los, hasta un segundo antes cariacontecidos, compañeros de mesa.
No somos santos.

Los que escribimos poesía estamos acostumbrados a leerla en cualquier parte: reuniones, congresos, teatros, bares, cafés y restaurantes, salas de conferencia, jardines, hoteles. Nunca sin embargo me había encontrado con una gata, sabia y adorable, ocupando una silla entre el público asistente. Sucedió el jueves por la tarde en el Arthostal del Borne, cuando varios autores argentinos leíamos nuestros poemas, publicados hace unos días en una plaquette austera, de elegante diagramación en varios tonos de gris, por el colectivo de El laberinto de Ariadna.
Uno de mis placeres cotidianos es desayunar fuera de casa. Al sol, con el diario del día y un buen café largo y oscuro apenas aclarado con una nube de leche, si es posible acompañado por alguna delicadeza más sólida. Por suerte para mi hedonismo y desgracia de mi dieta, vivo en un barrio donde abundan lugares agradables para oficiar este ritual de forma muy satisfactoria. Hoy mismo, sábado, desayuné en una terraza a la que nunca había ido: la del café del restaurante Lo Duca, a los pies de ese sobrio hotel con toldos negros de la calle Mallorca, entre Paseo de Gracia y Rambla Cataluña, el Alexandra. Nos atendió una bella, amable y joven mujer rubia a la que supuse ucraniana. No me equivoqué: lo era.
Media hora después, caminando por Rambla Cataluña hacia el bajo, me encontré con la nueva exposición de Eulàlia Valldosera (1963) en la galería Joan Prats. Se llama Dependencia Mutua y está centrada en una mujer joven, Liuba, también ucraniana, que limpia con cuidadoso mimo una estatua clásica del emperador Claudio, propiedad del Museo Arqueológico de Nápoles.
Muestra emocionante de auténtica emoción, en ella Valldosera, sensible, minuciosa, alerta, retrata a través de distintos soportes -fotografías, vídeo, instalaciones lumínicas- la relación amorosa entre el mármol majestuoso de fría belleza y la bella dulzura de unas manos femeninas que parecen enamoradas del trabajo que les ha tocado en suerte, retratando al mismo tiempo la relación inconsciente entre los opuestos, sus distintas interdependencias y subordinaciones.
Por cosas como estas sigo viviendo donde vivo, a pesar de mis nostálgicas alergias y mis reiteradas quejas.

ilustran: fotos publicitarias de María Félix, fotografías otras de Bertini.

miércoles, mayo 19, 2010

Cat Power (un sentimiento)

Un sentimiento, unos instantes; poco más que un pequeño trocito de mi vida.
Un corto tramo de ese silencio sostenido que llamamos tiempo.
Parco de palabras, comunicativo o exhibicionista -podéis quedaros con el adjetivo que más os guste y que, según vosotros, mejor me defina- de pronto tropiezo con una canción que me deshace lentamente -puré de manzanas, zumo de melocotón, picadillo de carne- convirtiéndose en la banda sonora más apropiada para este, mi estado actual, tan pesado como contradictorio.
Es mayo, lo que fue gris es verde y hay sol por todas partes...¿por qué, entonces, mi alma estará tan desarbolada y sombría?




Posdata: la misma canción dos veces para que no queden dudas. En la primera podéis ver a Jude Law, siempre gratificante, en la segunda, al pie, podéis encontrar el texto en inglés. Como gustéis. Ilustra una foto de mi mesa mutante, mayo del 2010.

domingo, mayo 16, 2010

Estimado Señor Alcalde:


...respondiendo a su Consulta de la última semana, tenemos a bien comunicarle que un ochenta por ciento de los votantes ha optado por la opción C de conservación, de cuidado, de creemos que es mejor dejarla como está, de cómo podemos ponernos en semejante gasto cuando estamos atravesando una crisis tan seria, de comprendemos que ni siquiera se lo ha pensado, pero cuando acaben las obras mucho de nosotros estaremos convertidos en calaveras y nuestros últimos, dorados años, habrán sido un verdadero calvario, sumergidos en polvo, ruido, desorden, caos.
Es cierto que gran parte de los habitantes de esta ciudad nuestra ni siquiera se han acercado a votar, más preocupados por los goles, la copa y los vándalicos festejos posteriores, que por las calles, avenidas y diagonales por donde se desarrolla su vida. Aunque desolador, resulta que las cosas son así y los que votamos estamos convencidos de nuestra elección. No seremos mayoria, pero tampoco somos ni seremos silenciosos.
Suponemos que no se pondrá demasiado contento cuando se entere de este resultado, teñido de un estridente color calabazas, sin embargo deseamos que sea usted un alcalde bien temperado y lo acepte con democrática convicción. Digiera, si puede, este resultado contrario a sus deseos como una equivocación más, que no la primera, en su tal vez ya demasiado dilatada carrera política.
Y por favor, comprenda con sensatez y coraje que su pobre mascota no ha tenido nada que ver con todo esto.
Sería una arbitrariedad arrojarla a la calle. Ella jamás lo haría.

Comprensivamente,
un barcelonés de adopción.

Ah! Se me olvidaba. Los tres millones de euros que según parece ha costado la Consulta , podrá devolverlos en muy cómodas cuotas, restando mensualmente una mínima porción de su sueldo y depositándola en una cuenta bancaria a nombre de los contribuyentes.

Ilustra: foto publicitaria de Laura Linney, magnífica actriz de Mystic River y Linsey, entre otras más que recomendables películas.

viernes, mayo 14, 2010

Respuesta a una carta (en La Nit dels Museus)


(el sábado por la tarde, comenzando La Nit dels Museus, leeré este texto en el Museo de Historia de Barcelona. Es una revisión de otro que colgué en su momento en mi blog de poesía, amorimás. Los que lo sigan lo reconocerán; para los demás, una gran mayoría, resultará, espero, novedoso)

Recibo tu carta en Barcelona cuando llego a casa cargado de verduras:
compras de sábado después del desayuno,
todo un ritual sabático en un café cercano con
susurrante nombre de moneda

Desde las Ramblas despejadas por los últimos fríos de un invierno
que no deja florecer la primavera,
recuerdo, por supuesto, la casa con perros
y un muchacho con rulos,
rizos decimos por aquí,
que alguna vez me visitó a destiempo

No puedo asegurar que seas exactamente vos, el mismo,
(por entonces un albertito blanco, etéreo)
este Alberto Blanco que me escribe ahora
pero si lo sos, y espero que no te ofendas por otra confusión
añadida a aquella época de confusiones varias,
de ensordecedor redoble de plumas no siempre angelicales;
si fueras vos, repito,
llevabas una marca en el cuerpo
que parecía el azote de un demonio ajeno a tu presencia,
despistado guardián de las llaves edénicas

No hay nada que deba preocuparte.

Seas o no seas vos el que recuerdo en este instante
me alejo de mi casa hacia la mar cercana:
cargados los bolsillos de naranjas amargas,
midiéndome los pies a cada paso
para no tropezar
triste y torpemente
con cada uno de todos mis fantasmas

Náufrago barcelonés de un barco sin bandera
que nunca me condujo a nada,
demorado viandante de una accidentada Via Layetana,
tardío Morador, o sólo residente, de un presente gótico
densamente poblado por chinos, sudacas y pakistaníes,
me alegra este reencuentro con un pasado
que todavía no añoré lo bastante
como para sentir la más que necia necesidad de olvidarlo.

Barcelona, mayo de 2010

retrato de Robbie Williams por Michel Comte

POSTFOTOS: algunas, pocas, imágenes del acto de ayer -La Ciutat Llegida/La Ciudad Leída- en la Plaza del Rey, organizado por el Museo de Historia de la Ciudad bajo la coordinación de Isabel Núñez. Entre el público se puede descubrir a varios brillantes poetas de España y Argentina.



sábado, mayo 08, 2010

las Mentiras como Arte


- Bueno, lo entiendo, pero para vos, como director y guionista de la película, al final, ¿Pablo regresa o no?
Diego Sabanés me mira algo sorprendido. Cerca de donde estamos, Pascual Maragall y su mujer conversan con el músico Rudy Gnutti y el director de fotografía Julián Elizalde, mientras Andrés Mangiarotti, cónsul de Argentina, intercambia tarjetas con una joven poeta barcelonesa de largas y despeinadas guedejas. Por suerte no me escuchan. Esas preguntas no se hacen, no suelen hacerse, porque si te atreves a hacerlas corres el riesgo de quedar como un idiota nada principesco, un oligofrénico sin remedio ni asilo, o, simplemente, como un cutre que no entiende que algunas obras son ambiguas y pretender que no lo sean, pedir explicaciones sobre ellas, es ofensivo para el artista que las ha creado.
- ¿Por qué sonríe la Gioconda, don Leonardo?
- Señor Picasso, Pablo, ¿no cree que dos ojos sobre el mismo perfil conforman una cara un poco extraña?
- Don Milo, ¿usted no sabe esculpir brazos o la modelo había sufrido un desagradable accidente ferroviario poco antes de posar para su Venus?
En el último festival de Lleida me molestó muchísimo que una señora, por lo demás simpática, insistiera en saber si el final de una película era de una manera u otra, sin entender que ese detalle resultaba accesorio, no agregaba ni quitaba nada al verdadero meollo del asunto. Crimen y castigo, que diría el atormentado Fiodor, mi intolerante incomprensión se veía descubierta pocas semanas después con una pregunta que, conocedor de las leyes que rigen ciertos ambientes artísticos e intelectuales, nunca debería haber hecho.
¿Atolondrado? ¿Inconsciente? Para nada; más bien me definiría como un aventurero de los pequeños gestos cotidianos.
Aunque me había parecido sorprendido, el director de Mentiras piadosas contestó con absoluta precisión lo que le había preguntado. No transcribo su respuesta porque supongo que a muchos les fastidiaría conocerla.

La noche del viernes me invitaron al cine Alexandra, único de la ciudad con coronita incorporada, para la premiére en Barcelona de esta nueva película, opera prima de un joven director argentino. Me enteré de su estreno en Madrid la semana pasada y la esperaba con bastante curiosidad porque en ella trabaja Marilú Marini, compañera de algunos anhelos y varias correrías durante nuestras lejanas juventudes porteñas. Excelente bailarina devenida actriz, le otorgaron el premio teatral Moliére, el más prestigioso de Francia, por su actuación como protagonista de La mujer sentada, una comedia atípica escrita por el también argentino Copi en base a sus tiras cómico-satíricas de Le Nouvel Observateur. Marilú vive hace años en París y a pesar de su contundente carrera artística nunca antes había hecho un protagónico en cine. Como todo el resto del elenco, importa decirlo, está simplemente perfecta en el papel de esa enferma saludable -el título original del cuento de Cortázar en el que está basado el guión de la película es La salud de los enfermos -, una señora de buen ver, que, desde una supuesta, casi angélica inocencia y escudándose en la coartada que le brinda su imperturbable fragilidad de acero, acaba devorando todo aquello que la rodea.
En la breve presentación previa, Diego Sabanés dijo que en algún festival europeo había causado asombro su más que notable juventud, excesiva, según parece, para el responsable de un film de factura clásica, de una narración sin desmadres ni golpes de efecto, continuación madura del cine argentino de los años sesenta, aquel donde reinaban los nombres de Torre Nilsson, Fernando Ayala y Leonardo Favio e intentaban hacerse un espacio David Kohon, Manuel Antín, Osias Wilensky y Rodolfo Kuhn. Un film que, además, opta por un final trágicamente contenido que me recordó lejanamente al de La heredera de William Wyler (1949). Todas excelentes compañías, sin ninguna duda.
Emparentada con otras vibrantes narraciones sobre la decadencia de una clase, una sociedad, una forma de vida, un país -Casa tomada y Cartas a mamá, también de Cortázar, El salón dorado de Manuel Mujica Láinez-, en Mentiras piadosas aparece además, no se si voluntariamente, una sutil, levemente irónica, metáfora descriptiva del hacer literario. "Cada día escribe mejor", dice la madre cuando terminan de leerle la que para ella será última carta del hijo ausente. Esa laboriosa red de engaños, ideada aquí por todos los habitantes de la casa y realizada con meticulosa habilidad por el hermano nostálgico, principal sostén del estricto orden familiar al mismo tiempo que de las fantasías esperanzadoras que permiten la supervivencia del grupo, podría entenderse también como una parábola sobre la ética siempre ambivalente de la creación artística, esa invención que transforma la inaprensible realidad ocupando momentaneámente su espacio.

Posdata:
como si fuera un agradable comentario, me escribe Diego Sabanés para comunicarme que el equipo de Mentiras piadosas ha colgado en su web este post. Gracias por tenerlo en cuenta.
Posdata dos:
FILM ARGENTINO EN ESPAÑA. José Miguel Onaindia asistió en Barcelona al estreno de la película argentina Mentiras piadosas, de Diego Sabanés, basada en cuentos de Julio Cortázar. El film reunió, en una sala belle èpoque llamada Alexandra, a un importante grupo de personas, entre los que se encontraban algunos argentinos como Dante Bertini, escritor radicado en aquella ciudad desde 1975 y que ganó el Premio Tusquets en 1993 por el libro El hombre de sus sueños. En el brindis posterior a la proyección, se comentó la calidad de la película y el recuerdo que había provocado el cine más intimista de Leopoldo Torre Nilsson.
© LA NACION
(publicado en Gritos y susurros, suplemento cultural del importante diario bonaerense)


Ilustra el post una obra del pintor y escultor argentino Pablo Suárez: Ahogado en la cacerola doméstica.

martes, mayo 04, 2010

Doxa y Alétheia


-Quién lo diría,
me dice, contradiciéndose una vez más, el que siempre va conmigo. Tiene la voz grave y la intención irónica. No acostumbra ser así. A veces susurra y otras muchas carraspea. Esta última forma de llamar mi atención la usa cuando piensa, ¿piensa?, que estoy por meter el goce en algún lugar peligroso, o sea ignoto, audaz, divertido.
-Si nunca aprendiste griego ni filosofía comparada, ahora, a tu edad, te vas a meter en esos berenjenales...
Ni siquiera sabe lo que está diciendo. Es pura doxa. Une la palabra filosofía a la palabra comparada porque alguna vez escuchó los dos términos juntos... y de las berenjenas poco sabrá su saber, salvo que se las puede hacer rellenas, como las solía hacer su madre, que era correntina, no griega, francesa o italiana.

Aletea la diosa...
Me sucede sin siquiera pensarlo. Pura asociación libre, digo para disculparme.
Hay miles de canguros esperando dentro de otros miles de canguros de mayor tamaño para descubrirme/pescarme en un renuncio cualquiera. Esto del renuncio, creo, debe salir de la letra de algún tango canyengue; o del truco, que es un juego tanguero y llega siempre acompañado con bizcochitos de grasa y mate amargo. Aunque renuncio puede ser también cualquier cosa que rompa la norma, como suelen hacerlo las cosas alargadas, erectas y/o mórbidas. Es que, según parece, si las cosas son largas llevan implícito el pecado carnal. En el caso de que sean piernas hay que ocultarlas o salir rajando: ¡piernitas pá qué te quiero!, que decía el Petiso Orejudo, famoso asesino serial porteño, después de rajar a alguien (observen cómo uso el verbo rajar en dos de sus acepciones posibles: escaparse, huir, echarse atrás y herir a alguien con un arma blanca).
Pero no nos distraigamos. Volvamos a las cosas demasiado largas. Cuando se trata de narices debemos acudir a un cirujano sin perder ni un solo minuto. Las narices pronunciadas huelen el pecado y se lanzan sobre él como cosacos, y lo digo sin ánimo de ofender a los soldados, a los rusos o a la siempre elegante caballería ligera.

"Es superficial", solía decir refiriéndose a mí, describiéndome, un amante al que lo único que realmente le preocupaba era el arreglo minucioso de su cabellera, por lo habitual desarreglada.
Doxa y Alétheia. Lacan recupera las palabras que había rescatado Heidegger y a mí me llegan a través del oído, no de la lectura o el estudio. Tengo que reconocer dos cosas: conozco a muchos lacanianos y mi educación académica es muy deficiente.
-Nunca llegarás a nada...
Otra opinión del otro. Cuando quiere ser lapidario usa puntos suspensivos para acabar la frase. Podría decir "nunca..." y sería igual de efectivo para mi desmoronamiento.

¿Qué es la doxa?, pregunté, creyendo que se trataba de una nueva ley de educación o de una vuelta más de tuerca a aquello de la normalització del idioma catalán. ¿Alguien lo recuerda? Sucedió al final de los ochenta y los responsables habian llegado a crear un personaje de historieta. Era una niña mal dibujada que se llamaba simple y llanamente Norma, para no complicar el entendimiento de las gentes comunes, la masa silenciosa, el pueblo, esos que ahora se llaman anónimos, no porque no tengan nombre, sino porque no son, y posiblemente nunca llegarán a ser, famosos.
-¡Platón, aparece en Platón!
Es él de nuevo. Por momentos se excita, aunque nunca sexualmente, y pido perdón por la palabra, señores canguros. No deben preocuparse: es sólo un interés platónico. Se ha comprado un libro de domingo con los textos del viejo griego aficionado a los banquetes y la belleza adolescente, descubriendo que la doxa tiene su contrapartida y se llama alétheia.
Aletean los dioses. El lugar común oculta la verdad detrás de pesados telones. Todo lo que se escapa de su caduca, vulgar, adoctrinada letanía, le molesta.
Aletean los dioses y las diosas. La doxa se retira a sus adocenados, repetitivos, insípidos cuarteles de verano. Suenan veinticinco campanadas y cuatro jinetes sin máscara atraviesan la escena empuñando flamígeras espadas vengadoras. Al final del tercer acto reina el desparpajo y la verdad se descubre con una amanerada reverencia, dando paso a la vida de verdad, la verdadera vida. Bajan las luces en el escenario y el orbe entero aguanta la respiración en un suspenso de muy bien diez, felicitado. El eco de una voz resuena en la espesura:
-Miénteme más, que me hace tu maldad feliz...
¡No te jodes! ¡A mí no me lo vendes ni acompañado por el trío Los Panchos y seiscientos mariachis más!

Ilustra: Liu Bolin, Camouflage.